Uno se acerca a la nueva sede de la Bodega Antinori con sed de una experiencia auténtica. No cabe esperar menos de un negocio familiar que se remonta veintiséis generaciones atrás; y que se enorgullece de haber encontrado la justa medida entre tradición y adaptación tecnológica. Sin embargo, el octogenario propietario actual, Piero Antinori, encomendó a un equipo de ingenieros un proyecto funcional. Sin más. Pasados unos años, contactó a los arquitectos Archea Asociatti, tan solo para revestirlo con una fachada. Pero ellos tuvieron el olfato de intuir que era posible ir más allá. Mucho más. Y debían de tener razón, ya que han conseguido que esta obra sea uno de los cinco finalistas de los prestigiosos premios Mies van der Rohe 2015. Más aún cuando no encontramos la fachada del edificio por ningún sitio.
Muchas construcciones han intentado anteriormente mimetizarse con el paisaje, pero la voluntad en este caso es aún más ambiciosa: ser paisaje. Ser una suave colina en la región de Chianti. El proyecto comenzó su idilio con el terreno mediante dos decisiones funcionales. La primera, servirse de la pendiente de la finca para organizar la producción del vino, que habitualmente requiere crear artificialmente un desnivel, ya que el proceso se desarrolla por gravedad. Y la segunda, enterrar todos los espacios. De esto último se aprovechan especialmente las salas de maceración, que requieren la temperatura constante que la tierra les ofrece. Las áreas de degustación, ligeros volúmenes de vidrio, se asoman ahí en voladizo para impregnarse de la atmósfera que tempera las barricas.
Los distintos espacios excavados se protegieron con una vasta losa de hormigón, sobre la que se han plantado las mismas viñas que en el resto de la parcela. A esta gran cubierta se le practicaron dos grandes rasgaduras horizontales para abrirlas al exterior. Allí, las oficinas y las zonas más públicas como el restaurante y el hotel disfrutan de las vistas panorámicas proporcionadas por estas fallas tectónicas a través de ligeros paños de vidrio.
Para introducir más luz en la Bodega Antinori, se horadaron unos grandes círculos en las cubiertas vegetales. Por uno de ellos desciende el elemento más escultórico del conjunto. Una escalera helicoidal que parece suspendida en el aire como una viruta, ligera y sinuosa en su trazo, pero grave en su materialidad. Son los ingredientes del paisaje los que inspiraron igualmente las texturas y los materiales del proyecto. Hormigón tintado y acero corten en el exterior, y madera y terracota en el interior. Honestos y nobles, absorberán el paso del tiempo, y ganarán bouquet con los años.